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FORMAS DEL AGUA O DILUVIOS

 

 

El anciano me esperaba desde hacía años a la orilla de aquel lago. Una luna llena me permitió distinguirlo tras abandonar el último sendero del bosque. Según me acercaba a él, con lentitud, incertidumbre y cierta mezcla de veneración y miedo, observé que era tal y como lo había imaginado: un octogenario oriental, muy espigado y con barba, que vestía una vieja túnica color verdín mecida por el viento. El hombre permanecía erguido e impasible, como si se tratase de una escultura de alabastro, ante la enorme plancha de agua acariciada por la brisa y los destellos lunares.

«Por fin has llegado», declaró con seguridad y sin mirarme.

«Lo siento», respondí.

«Qué es lo que sientes», inquirió.

No supe contestar a su pregunta y nos envolvió un silencio, calmo para él y tenso para mí. Luego continuó:

«Querías hablarme de tu dolor y que te aconsejase. Pero dime antes: ¿Por qué te has demorado tanto?».

«No lo sé».

«¿A qué temías?», insistió.

En ese momento una enorme carpa saltó fuera del agua, se sostuvo en el aire por un instante y entró en ella de nuevo. Ambos fingimos no haberla visto o escuchado. Él siguió con la mirada extraviada en el horizonte. Y añadió después:

«Solo podrás limpiar tu dolor si lloras toda el agua del lago. ¿Lo harás?».

«Lo haré», afirmé con solemnidad.

«Tendrás que atravesar todo el lago y ser atravesado por el lago. ¿Lo entiendes? Supongo que sabes a lo que me refiero».

«Sí. Lo sé», asentí.

«Está bien. Así sea».

Seguimos de pie y en absoluto silencio frente a aquella superficie cristalina, jaspeada por brevísimas luces blancas durante un periodo indeterminado de tiempo. El viento soplaba cada vez más recio sobre nosotros a medida que avanzaba la noche. Cuando sentí por fin que su mano tomaba la mía, me giré hacia él, pero ya no estaba. Fue entonces cuando comenzó a llover el lago en mis ojos.

*Textos grabados en EL ESTUDIO HAIKU por cortesía de Pablo Ramírez Bravo.